Natalia era una mujer convencional, madre de tres niños y felizmente casada.
Carmen era soltera y convencida de su condición social.
Patricia vivía en pareja y acaba de ser mamá.
Natalia presumía de ser la más afortunada. Carmen asumía que desearía tener una pareja estable, pero harta de la inmadurez y falta de compromiso de los hombres, se sentía dichosa de ser una amante ardiente y de conocer los trucos de los hombres, de disfrutar de lo que le ofrecen y desecharlos cuando se ponían sosos.
Patricia es una madre diferente, creía firmemente en la crianza natural y en la evolución personal de la mujer. ¡No se resignaba, ni se conformaba!.
Eran muy diferentes las tres pero las unían lazos de amistad muy genuinos.
Una vez cada quince días se juntaban a comer en un restaurante de la campiña francesa, bajo frondosos árboles, con una copa de vino blanco para hablar de la vida y de los hombres. Para las tres era un momento especial, pero para Natalia era su único momento especial en su rutinaria vida.
Natalia era la típica esposa sumisa que seguía a su marido sin cuestionarle nada. Tenían tres hijos a los cuales amaba con locura, pero ella (como típica madre de matrimonios convencionales) era quien se ocupa de sus cuidados. Ayudada por sus padres, postergada como persona y siempre siguiendo los mandatos egoístas de su marido, al cual admira desde la misma sumisión, tal vez desde el temor a quedarse sola o porque jamás se cuestionaría otra forma de vida diferente, ni se lo permitiría, así había sido criada y así criaría a sus hijos. Bajo un contradictorio matriarcado machista. No había nada que plantearse. Entonces aceptando las reglas del juego, sus aspiraciones habían quedado reducidas a su casa, su marido, su trabajo rutinario que detestaba y sus hijos. ¡No hay más!. O tal vez era eso lo que aspiraba.
Por su parte Carmen siempre cuestionó los modelos de mujeres esclavizadas como Natalia, por ello aunque estar sola no era la mejor condición para una mujer y todo le costaba el doble conseguirlo, aseguraba que lo prefería a ser esclava de una familia. De una institución con fecha de caducidad. Carmen viajaba, conocía gente, se cultivaba, se enriquecía de las experiencias, evolucionaba, tenía una vida social ajetreada. Pero sentía muchas veces la soledad al no tener con quien compartir un despertar, el temor a la vejez en soledad, odiaba los domingos y las fiestas. Cuando podía desaparecer durante fechas familiares lo hacía viajando, lo prefería antes de tener una familia de prestado, que la miraran con pena y compasión personas infelices como Natalia . Carmen a pesar de su ajustada agenda siempre tenía espacio para sus amigas, en cambio Natalia nunca tenía tiempo para sí misma. Las horas del día eran las mismas para ambas, pero las prioridades eran diferentes.
Patricia opinaba igual que Carmen y si bien estaba casada y formaba una familia, luchaba por no caer en la convencionalidad y la renunciación de Natalia.
Patricia y Carmen cuestionaban, sufrían, temían. Natalia en cambio era constante, equilibrada, conservadora.
En resumen Patricia y Carmen buscaban la plenitud, el equilibrio emocional y espiritual que Natalia poseía por naturaleza. Se partían la cabeza en busca de la felicidad y Natalia la poseía a través de la aceptación.
Poco a poco Natalia se convierte en el oído de Patricia, no la aconseja pero tampoco juzgaba.
Se identificaban una a otras, a pesar de las diferencias, porque compartían algo que las unía: la maternidad. Carmen para Natalia es un bicho raro, habla de los hombres y del sexo de una forma muy desprejuiciada para la mentalidad de Natalia. Mientras Patricia y Carmen viven inmersas en un torbellino de situaciones, Natalia sigue siendo una mujer felizmente casada y madre de tres niños encantadores, hasta que descubre a su marido siéndole infiel.
Ella calla, no se lo cuenta ni siquiera a Patricia y menos a Carmen que no tenía pelos en la lengua para atiborrarse de críticas feministas.
Traga por sus hijos, su casa y estabilidad.
Tomás (el marido de Natalia) a raíz de su falta total de discreción, se convierte en un esposo ejemplar, la mezcla de sentimiento de culpa y miedo lo modifican durante un tiempo. Empieza a ocuparse de sus hijos, de hacer el amor con su mujer, de organizar salidas espontáneas, viajes, colabora en la casa. La típica y predecible conducta del imprudente y el cobarde. Natalia se desvive por él y siempre le comenta a sus amigas el marido y la familia perfecta que ha formado.
Patricia por su parte exterioriza a sus amigas lo harta que está de su marido, de cómo él pasa de ella como si fuera un mueble más de la casa. De cómo ha dejado de tocarla hasta con las palabras. De lo insignificante que se siente al lado de su marido y de cómo él con sus actitudes corroe su autoestima.
Carmen las mira a ambas con asombro y cada día sostiene con más fuerza su postura de vivir sola, más aún viendo lo que luchan sus amigas para no recibir ningún tipo de gratitud a cambio. Encima insatisfechas a nivel sexual, porque ninguna es lo suficientemente “atractiva” para despertar la libido de sus maridos.
Una mañana de primavera Patricia llevando a su niño a la guardería conoce un padre divorciado. Sin culpas, remordimiento y con mucho despecho hacia su marido, comienza una relación apoteósica. Carmen estaba de viaje en ese momento y cuando regresa y se encuentran las tres amigas, a penas la ve entrar a Patricia le dice: estás espléndida.- ¡Cuéntanos sobre tu amante!. Y las tres largaron una carcajada al unísono.
Natalia se sintió bastante fuera de la conversación, ya no hablaban de niños con Patricia en donde Carmen era la descolocada, ni tampoco Carmen monologaba sobre sus viajes, aventuras y romances, despertando la envidia de sus amigas.
Ahora la conversación era diferente, Patricia había cruzado una barrera y era excitantemente feliz como mujer, estaba radiante y tenía una energía sobrehumana.
Luego de esa reunión divertida, llena de risas y de buenos momentos.
Justamente la mañana siguiente, Patricia y Carmen se enteran que su amiga Natalia había intentado suicidarse, toda su vida se había dedicado a sus hijos y ahora que ellos eran mayorcitos sentía que su existencia carecía de sentido y encima su marido la responsabilizaba de lo infelices que eran, por eso ella decidió tomarse la cantidad de tranquilizantes suficientes como para dormir y no volver a escucharle.
Carmen la visitaba en el hospital a Natalia, pero su mirada inquisidora la mortifica más aún. Patricia es quien la comprendía y por primera vez se atrevió a aconsejarle a Natalia que se separara de su marido, que podía ser una mujer independiente, fresca. Que tenía la suficiente capacidad y fortaleza para salir adelante y que no se quitara la oportunidad de ser feliz, de ser persona además de madre, hija, esposa.
Natalia comienza una terapia con medicación antidepresiva y lentamente vuelve a situarse en el mismo lugar en donde estaba, al lado de su marido e hijos.
A partir de ese trágico momento Natalia dejó de verse con sus amigas, no eran una buena compañía argumentó su marido. Ella era una señora y no debía relacionarse con esas mujeres. ¿Que ejemplo era para sus hijos?. Meter a los hijos en medio era la mejor arma para controlar a Natalia.
Y así continuó con su hipócrita vida, infeliz y con un intento de suicidio enterrado y bien oculto.
Carmen y Patricia lamentaron la pérdida de su amiga, a veces la llamaban para ver como estaba y siempre escuchaban la misma respuesta:
-¡Muy bien -¡feliz!.
Fin
Florencia Moragas